Mi Camino
Después de concluir el tramo que va de Roncesvalles a Logroño y a punto de iniciar el que nos llevará hasta Burgos. Si alguien me pregunta por mi CAMINO, no sabría qué responder.
Me inicié en el CAMINO, junto a mis dos hermanas, a la edad de 20 años y ahora, con 54 años, he vuelto en compañía de mi maravillosa mujer. De aquel CAMINO, conservo imborrables recuerdos… Sobre todo, que fue más heavy: mochila y botas segarra, (recuerdos de la mili), tienda para cuatro de doble techo alquilada en el Rastro de Madrid, ¡pesaba como un demonio!, bastones clásicos de peregrino que fabricamos con madera de castaño -para darles forma los tuvimos a remojo durante varios días en un estanque con agua-, y para comer las latas que porteábamos o bien, las viandas que nos servían en los bares de los pueblos por los que íbamos pasando. El aseo personal y lavado de ropa, (que llevábamos por duplicado), lo realizábamos en los ríos y los arroyos que nos salían al paso… Prolijo sería narrar los múltiples avatares que nos acontecieron. Y ahora, visto desde la distancia, no son más que divertidas anécdotas con las que animar algunas reuniones de familiares y amigos.
Mi segundo encuentro con el CAMINO es más de “señorito”: la mochila ha menguado en la misma proporción que mis fuerzas, como un tentempié en cualquier lado pero eso sí, ceno de restaurante. El sueño me coge en una digna habitación de hotel, con el libro en la mesilla y a los pies una abultada maleta, (una empresa de transporte se encarga de llevarla a cada alojamiento, ahorrándome el esfuerzo), que contiene diversos enseres y una muda para cada día. Los puristas dirán que éste es menos CAMINO que el de mi juventud y no les falta razón. Sin embargo, puedo decir en mi defensa que ahora cargo con más vivencias, -algunos les llaman canas-, lecturas, inquietudes y nostalgias que sumadas, lastran mi zancada.
El CAMINO tiene mucho de aquél grandioso libro que leí cuando apenas era un adolescente: “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez. Al cabo de los años, y tras una segunda lectura, ya no siento ese hechizo que me mantenía despierto hasta el amanecer. Sin embargo, ahora percibo matices que no supe apreciar y ya no importan los acontecimientos, ni los personajes, ni la redacción,…, me atrapa el devenir de las historia. Cierro el libro y lo vuelvo a dejar en un lugar preferente de mi biblioteca.¡Te encontraré de nuevo, SEGURO!.
El CAMINO es también un legado histórico y cultural, que se enmarca dentro de paisajes, se sitúa en coordenadas, se mide en distancias, se comparte a través de relaciones humanas y por último, o en primer lugar según se mire, despierta la espiritualidad de cada individuo en contraposición a la «creencia comunal» de la que nos habla Yuval Noah Harari.
“A diferencia de la mentira, una realidad imaginada es algo en lo que todos creen mientras esta creencia comunal persista, la realidad imaginada ejerce una gran fuerza en el mundo.
Así desde la revolución cognitiva, los sapiens han vivido en una realidad dual. Por un lado, la realidad objetiva de los ríos, los árboles y los leones; y por otro, la realidad imaginada de los dioses, las naciones y las corporaciones”.
De Animales a Dioses
Yuval Noah Harari
Su «realidad objetiva» me acerca al animal que llevo dentro, -no digo que esté mal o que no sea necesario-, y su «realidad imaginada» me permite fluir hacia lo inesperado. No lo puedo evitar, tiendo a ver el árbol y no el bosque. En cualquier caso, sinceramente creo que el CAMINO deja una profunda huella en el alma de las personas que lo recorren. Y sobre todo, ¡NUNCA DEFRAUDA!
Francisco Javier Rodríguez Marcos